Errores comunes al invertir

Las personas físicas y jurídicas tienen un amplio abanico de oportunidades de inversión. A menudo nos centramos en decisiones en torno a la rentabilidad esperada, es decir, lo que creemos que vamos a sacar de un determinado esfuerzo inversor.

 

Centrarse únicamente en la rentabilidad tiene un sesgo importante, porque no es la única magnitud a tener en cuenta. De hecho, a veces, no es ni la más significativa.

Veamos dos más que siempre la acompañan: el riesgo y la liquidez.

 

Un ejemplo clásico es la inversión inmobiliaria. Parece muy segura, pero por otra parte, ofrece una rentabilidad baja (entre un 5 y un 6%). Si a esto le restamos el efecto de la inflación, los gastos de mantenimiento para tener el inmueble alquilado en condiciones y los impuestos (por ejemplo, el IBI), la rentabilidad neta acaba rondando el 2-3%.

Rentabilidad sin riesgo es un espejismo

Empecemos por el riesgo, que no es otra cosa que la posibilidad de que aquella inversión no vaya hacia donde creíamos que debía ir. En principio, el riesgo evoluciona a la par que la rentabilidad: a mayor riesgo, mayor exigencia de rentabilidad.

Un ejemplo clásico es la inversión inmobiliaria. Parece muy segura, pero por otra parte, ofrece una rentabilidad baja (entre un 5 y un 6%). Si a esto le restamos el efecto de la inflación, los gastos de mantenimiento para tener el inmueble alquilado en condiciones y los impuestos (por ejemplo, el IBI), la rentabilidad neta acaba rondando el 2-3%.

¿Es posible rentabilidad aceptable con riesgo moderado?

Sí, pero exige planificación. La clave está en tener activos descorrelacionados. Es decir, que cuando unos suben, otros bajen. La media, aunque pueda reducir la rentabilidad del activo que a priori parece más rentable, también reduce el riesgo global.

Repartir el dinero en distintas cestas —inmuebles, bolsa, start-ups, por citar ejemplos clásicos— tiende a ser una buena estrategia.

No todo es dinero: perfil de riesgo y horizonte temporal

Además de la rentabilidad y el riesgo, hay dos factores personales que influyen directamente en cómo invertir:
La aversión al riesgo: es decir, el miedo que puedes tener a perder algo.


El horizonte temporal: no es lo mismo invertir cuando tienes 30 años y piensas en tu jubilación que hacerlo con 70, cuando tus descendientes ya son independientes y tu prioridad es no quedarte sin recursos.


Estos factores condicionan el tipo de activos y estrategias que encajan con tu perfil.

Liquidez: una variable que suele olvidarse

La tercera variable clave es la liquidez.

Hay activos poco líquidos —como los inmuebles o las participaciones en pequeñas empresas— y otros que se pueden convertir en dinero rápidamente, como las acciones en Bolsa.

Ignorar la liquidez puede llevar a situaciones incómodas si necesitas acceder a tu dinero y no puedes hacerlo con facilidad.

Ahorro e inversión: cada uno cumple su función

Lo ideal es hacer una planificación que contemple dos cosas:

– El ahorro, es decir, lo que debes guardar para tu día a día.

– La inversión, que es lo que esperas que genere un rendimiento y te ayude a mejorar tu calidad de vida.

Haz un análisis de lo que necesitas para mantenerte y lo que te “sobra” para invertir. Cuando tengas clara esa cantidad, distribúyela en activos que combinen liquidez, rentabilidad y riesgo, de forma que el conjunto sea sólido.

No te lances de cabeza

Marca tu hoja de ruta y sé fiel a ella.

No te lances de cabeza a esas “super oportunidades” que parecen irrechazables si no responden a tu perfil inversor diseñado con la cabeza fría.

Invertir bien no es solo encontrar algo que promete mucho. Es entender tu perfil, tus objetivos, tus miedos y tus tiempos, y actuar con coherencia.

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Jordi Mercader

Emprendedor, inversor y mentor empresarial.

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