No pretendo, con este artículo, hacer de adivino del futuro. Solo quiero poner sobre la mesa una realidad que se ha ido construyendo a nuestro alrededor.
En los últimos años, todos hemos cambiado: nuestras preferencias, nuestros hábitos de consumo, nuestra manera de relacionarnos con el mundo.
Estamos saturados de productos
Tenemos una barbaridad de cosas que no usamos: regalos sin abrir de la Navidad pasada, armarios llenos de ropa que no encontramos el momento de ponernos, trastos de nuestras aficiones acumulando polvo en el garaje.
Ante esta acumulación… ¿realmente creemos que la industria del futuro debe seguir siendo de volumen? ¿Hace falta seguir fabricando más cantidad de lo mismo? ¿No evolucionaremos hacia talleres que produzcan series más cortas, más pensadas, más personalizadas?
¿Y los polígonos industriales?
Otra pregunta: ¿qué haremos con los polígonos? ¿Tiene sentido desplazarse en coche hasta un espacio inhóspito y de cemento si la industria del futuro ya no contamina, no hace ruido y no necesita aprovisionarse con camiones enormes?
Si las series serán más cortas, ¿por qué no pueden estar las fábricas dentro de las ciudades? ¿Por qué la gente no puede ir a pie o en bici al trabajo?
Por cierto, si os interesa, echadle un vistazo al precio por metro cuadrado de las naves industriales abandonadas que el Ayuntamiento no ha recalificado. Es bajísimo. Sorprendentemente bajo.
¿Seguirá existiendo esta globalización?
La globalización nos prometía eficiencia. ¿Pero a qué precio?
¿Seguiremos comprando jamón producido en una fábrica a 5.000 km de distancia? ¿Nos fiaremos de productos fabricados por alguien a quien nunca veremos la cara y que nos llama “mercado” en vez de Jordi, Jaime o María?
Cuando envíes un producto a la otra punta del mundo…
¿Lo prepararás con el mismo cuidado que si fuese para tu vecino? ¿O solo cumplirás una norma sin pensar en quién lo recibirá?
Si las series serán más cortas, ¿por qué no pueden estar las fábricas dentro de las ciudades? ¿Por qué la gente no puede ir a pie o en bici al trabajo?
Por cierto, si os interesa, echadle un vistazo al precio por metro cuadrado de las naves industriales abandonadas que el Ayuntamiento no ha recalificado. Es bajísimo. Sorprendentemente bajo.
¿Nos gustará lo que hacemos?
¿Seremos trabajadores vocacionales?
¿Nos gustará el trabajo que realizamos? ¿Tendrá sentido pasar veinte años fabricando 10.000 terminales de freno para moto cada día?
¿Podremos transmitir ese oficio a nuestros hijos? ¿Y con qué palabras?
Sinceramente, creo que habrá una revuelta profesional.
Igual que un ayudante de cocina no se contenta con picar perejil toda la vida y quiere ver el plato acabado —y si puede ser, la cara del comensal—, también en la industria habrá quien quiera salir de la alienación frente a la máquina para entender el proceso completo.
Una nueva industria más humana (y más cercana)
En Nueva York, están proliferando pequeños talleres textiles.
Fábricas de 10, 15 o 20 personas que diseñan, producen y venden sus propios pantalones, jerséis o camisas. Su eslogan es claro:
“Orgullosamente propietarios y directores del negocio. Made in New York.”
Sí, es más caro.
Pero también es más auténtico. Más humano. Más racional.
Hacia una industria más coherente
Tal vez la industria del siglo XXI no necesite ser más grande, sino más sensata.
Más conectada con las personas, con su entorno, con el valor real de lo que produce.
No se trata solo de fabricar diferente, sino de pensar diferente.