Hay quien define la felicidad como la ausencia de miedo.
Parece que los niños son felices porque no tienen la capacidad de sufrir por lo que vendrá. De hecho, probablemente eso es el miedo: la incertidumbre por lo que tiene que pasar. Los niños viven el aquí y ahora. Absorben los sucesos que les impactan y se adaptan casi inmediatamente. Es solo cuando crecen que empiezan a tener conciencia de que al momento actual le seguirá otro, y que este nuevo evento quizás no sea bueno, e incluso sea aterrador. Entonces el niño que ya es adulto tiene miedo. Miedo a lo que tiene que venir, no de lo que está viviendo, y es esta incertidumbre lo que le hace ser desgraciado o infeliz.
El miedo es pues el gran movilizador de la humanidad. Es la herramienta más potente de marketing que conocemos. ¿Recordáis estos ejemplos?
«¡La contabilidad la debes tener al día, porque si no puede venir Hacienda y te dará un palo!» (Palo que, por otra parte, no acostumbran a saber cuantificar…)
«Te tendrías que hacer un plan de pensiones, porque cuando seas mayor y al paso que vamos, no habrá ni cinco en la caja de la Seguridad Social.» (Afirma con seriedad nuestro amigo del banco.)
«Tu hijo tendría que aprender inglés desde pequeño, si no de mayor no encontrará ningún trabajo interesante.» (Dice el políglota sabelotodo de la escalera.)
Y es que eso del miedo está de moda. Incluso los políticos lo utilizan a diestro y siniestro: «Cataluña, sin España, no saldrá adelante…». O aquel aún más chistoso: «Si Cataluña sale de España, ¡la echarán inmediatamente de Europa!»
Todo persigue pues la misma finalidad: tenernos bien asustados de lo que vendrá e impedirnos disfrutar con comodidad de lo que tenemos en el momento.
El aquí y ahora se han substituido por la ubicuidad (fijémonos que con móviles y otros cacharros vivimos constantemente cosas que pasan en otros lugares) y el mañana (que no llega nunca por propia definición).
A veces me pregunto si yo soy feliz. Si lo que hago me gusta realmente. Me pregunto si no tengo miedo al futuro, si soy capaz de disfrutar del aquí y ahora… A veces me pregunto si mis clientes son felices. Si sufren demasiado por sacar adelante su negocio. Si tienen quebraderos de cabeza irresolubles. Si hoy por una cosa y mañana por otra se van a la cama intranquilos. A veces me pregunto si mis compañeros de trabajo son felices. Si lo que hacen les llena y el plan de carrera que tienen se ajusta a lo que esperaban cuando eran más jóvenes. A veces me lo pregunto de mis amigos, mis parientes, mis alumnos…
Y no tengo nunca respuestas absolutas, solo relativas, y entonces pienso que si todas son relativas, pues deben de ser absolutas. Y quizás todo va por aquí:
- La felicidad es un momento, no un estado.
- La preocupación es necesaria porque, si llega a desvanecerse, llega la felicidad.
- Tener no sirve de nada, pero es peor no tener nada.
- Tú eres tu mejor amigo y tu peor enemigo.
- Dar es más agradecido que recibir.
De vez en cuando vale la pena recuperar los clásicos, y entre ellos Víctor Hugo, que entre muchos otros consejos nos recomendaba que, por lo menos una vez al año, pusiésemos todo el dinero que tuviésemos delante nuestro y dijésemos: «¡Esto es mío!», para dejarle claro quién es el amo de quién…